Fue un pacto de sangre. “Yo voy a la universidad y tú te mantienes vivo”, le respondió Betty Anne Waters a Kenny, su hermano, encerrado en una celda de Massachusetts (Estados Unidos). Condenado a pasar su vida en la cárcel por un asesinato que no había cometido, Kenny estaba desesperado. Su hermana recuerda que él había llegado a un punto en el que se había convertido en un suicida en potencia, debido a la depresión y a la falta de salidas que vislumbraba. Y en estas, Kenny le propuso: “¿Por qué no te conviertes en mi abogada?”. Para Betty, que servía cervezas en un bar y que ni siquiera tenía el bachillerato terminado, la idea era “una locura”: “Recuerdo que le dije que, incluso aunque lo lograra, iba a tardar muchos años en conseguirlo. Pero él me respondió que no le importaba, que le daba igual, siempre y cuando mantuviera la determinación y le sacara de prisión. Al final me convenció y realizamos una promesa mutua. Ambos lucharíamos por el mismo objetivo”, señala Betty Anne desde su casa en Rhode Island (EE UU).

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