Es la carrera más icónica. La más exigente. La más dura. La más psicológica. Es la mayor aventura del motor desde que en 1979 se dispu­tara la primera edición, por aquel entonces en su formato París-Dakar. Etapas de cientos de kilómetros cruzando desiertos, sorteando dunas, navegando por la arena. Una prueba que cada mes de enero pone al límite a motocicletas, coches y camiones. Un 50% de los participantes no llegan a la meta. La criba mecánica, física y mental es implacable. Hay accidentes. Y también muertes: 23 pilotos, en su mayoría de motocicletas, han perdido la vida en las 35 ediciones disputadas hasta hoy. También han fallecido varias decenas de personas más, entre espectadores y trabajadores de la prueba, incluido el creador del Dakar (Thierry Sabine murió en 1986 en accidente de helicóptero). Pero casi nada ha parado al rally. Solo la amenaza de Al Qaeda hizo que la edición de 2008 se cancelara. Volvió al siguiente año, cuando la organización decidió mantener nombre y espíritu, pero cambió de continente: de África a Sudamérica. Hoy el Dakar no cruza el Sáhara ni finaliza en la capital de Senegal que le da nombre, sino que recorre parajes como el desierto de Atacama o el salar de Uyuni. En 2015 la caravana atravesará Argentina, Chile y Bolivia.

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