“Mira! Es el Sergi!”, grita una decena de niños y niñas que corretean la mañana del 1 de julio por las entrañas del Pavelló Olímpic de Badalona, el estadio de baloncesto del Joventut. Su entrenadora les llama al orden: “Voleu callar si us plau?”. Pero los pequeños, no controlan su emoción: “¡Seeergi!”. Entonces él, Serge Ibaka, una estrella ascendente de la NBA, de 21 años, 2,08 metros de altura y 106 kilos de peso, saluda y sonríe.

A medida que el griterío infantil se aleja hasta otra pista, el jadeo del ala-pívot de los Oklahoma City Thunder vuelve a rebotar contra las paredes del pabellón. Ibaka salta, corre, trota sobre sí mismo, tira a canasta, rebotea, pasa. Suda y trabaja en sus vacaciones en un parquet cedido por la Penya. Para no perder la forma. Gracias a su físico –tocar su cuerpo es tocar una pared– y a su astucia en la defensa, Ibaka lideró la temporada pasada la tabla de taponadores en la NBA estadounidense.

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